Nací en Barcelona, tengo 55 años y un hijo de 20. Siempre he intentado llevar una vida sana. Ya desde niño mis padres me pusieron a hacer natación y desde entonces he hecho deporte toda mi vida. Quizás las únicas excepciones son que entre los 25 y 35 años fumé un par de cigarrillos al día y que ha habido temporadas en que la buena comida y alguna cerveza de más me dieron algo de sobrepeso.
Soy una persona tranquila, aunque un poco sufridor. La mayoría de las veces estoy más pendiente de los demás que de mí mismo. Reconozco que soy de esos que la cabeza no para de darle vueltas a todo, y que aprieto demasiado la dentadura cuando duermo. En catalán le llamamos “neguit”, que equivale a inquietud o desazón. Es algo interno y poco controlable. Hay quien dice que este tipo de pequeña ansiedad, con los años pasa factura. Yo no lo creo, pero tampoco puedo asegurarlo.
Por lo demás, tal como comentaba, soy tranquilo, tengo una gran familia y estoy rodeado de buenos amigos.
Un día de primavera de 2018, me fui a dormir sin ningún tipo de síntoma, como un día más. La sorpresa la tuve al levantarme al día siguiente, cuando noté un ruido en el pecho cada vez que respiraba. Lo primero que pensé es que me había resfriado, pero iban pasando los días y no mejoraba.
El día de mi cumpleaños, en mayo, vino mi hermana a cenar para celebrarlo, y aprovechando que es médico, le comenté que ya llevaba muchos días con esa sensación extraña en el pecho. Me dijo que pidiera visita a un neumólogo y así lo hice. Al principio me recetó un protector gástrico pensando que el reflujo se colaba en el aparato respiratorio, pero no me hizo mejorar. Así que decidió que me hiciera un TAC. Y ahí estaba él. Sin pedir permiso había decidido crecer en mi interior. Un tumor del tamaño de una pelota de ping-pong.
Tras una endoscopia con biopsia, el informe hablaba de la posibilidad que fuera benigno, pero al cabo de unos días, mi hermana me dio el resultado del patólogo. “No es benigno, pero dentro de las malas noticias, estamos en la zona menos mala. Es del tipo carcinoide”. Yo era la primera vez en mi vida que oía esa palabra, y le dije “¿y esto que quiere decir?”. Me explicó que eran tumores de crecimiento lento, que tienen buen pronóstico y que podía tener una buena calidad de vida. Aun así, había que quitarlo.
Así que, en el mes de julio estaba entrando en un quirófano, bromeando con el equipo médico que me iba a operar. La verdad es que en momentos delicados normalmente respondo con mucha tranquilidad. De aquel quirófano salí sin dos lóbulos del pulmón derecho, el medio y el inferior. El tumor estaba demasiado cerca de los dos así que los médicos prefirieron asegurar.
Una vez dado de alta, el oncólogo me comentó que tenía que someterme a un tratamiento de quimioterapia que constaba de cuatro sesiones. Pasada la segunda sesión, empecé a notar que oía menos de lo normal y además de forma distorsionada. Lo comuniqué a mi oncólogo y rápidamente me cambiaron el fármaco. Por desgracia, no he podido recuperar el daño causado y me he quedado con un 50% de audición, pero podría haber sido peor si no llego a decir nada.
A finales de 2018, con el tratamiento ya terminado, empecé a tener unos síntomas que anteriormente no había apreciado. Cada vez que comía un poco más de lo habitual, tenía dolor abdominal. Hasta que en el mes de diciembre estos dolores empezaban a ser bastante insoportables.
Durante una visita al Centro de Atención Primaria, para el seguimiento de la baja laboral, la doctora me preguntó por los dolores abdominales que yo le había comentado en visitas anteriores. Cuando le dije que seguían igual o peor me explicó que no era normal. Habló con el hospital y me programaron un TAC torácico-abdominal. Valoro mucho la implicación de la doctora del CAP, que fue quien tuvo la iniciativa que serviría para encontrar mi diagnóstico.
Y fue entonces cuando entré en una nueva etapa de mi vida. Al día siguiente del TAC, ya por la noche, se me ocurrió entrar en la aplicación de salud donde aparecen todos los informes médicos, y ahí estaba el resultado. Tumor en el páncreas, con metástasis en el hígado y en algunos huesos. Se me vino el mundo encima. Llamé a mi hermana y me dijo. “No desesperes, mañana hablo con los médicos y te digo algo”. Y así fue. Por la mañana me comentaba “después de lo del pulmón hay una gran posibilidad de que lo que tengas sean tumores neuroendocrinos, y eso, viendo el informe del TAC, es una buena noticia”.
Esa misma mañana acudí a una visita con el oncólogo y me explicó que lo mejor era que me derivaran a un hospital donde hubiera médicos especialistas en este tipo de tumores, para que confirmaran lo que parecía casi evidente. Y llegó la primera visita. Recuerdo perfectamente las palabras del oncólogo: “tu enfermedad no se puede operar, ni curar, pero los que la padecéis, tenéis un largo camino por delante y hoy en día existen diversos tipos de tratamiento, que hacen que esta enfermedad sea uno de los tipos de cáncer con más prevalencia. Además, para que veas que no estás solo, aquí tienes esto”. Y me estaba dando la guía de nutrición y una tarjeta de NET- ESPAÑA.
A partir de ahí, me hicieron tres pruebas: PET FDG, Octreoscan y PET Galio. Con los resultados quedó bien claro. Solo faltaba que me marcaran en una nalga con hierro candente la palabra “NET”.
Cuando me explicaron el tratamiento, que iba a ser con análogos de la somatostatina, me ofrecieron la posibilidad de entrar en un ensayo clínico que parecía que tenía la posibilidad de reducir el tumor, y decidí que sí. Empecé con ello en marzo de 2019.
En agosto de ese mismo año, empecé a encontrarme cansado y a orinar con color muy oscuro. Fui a urgencias del hospital y estuve ingresado varios días. Tenía el hígado inflamado y funcionando mal. Todo apuntaba a que había habido progresión tumoral que estaba presionando el conducto biliar. La solución fue cambiar el tratamiento por quimioterapia y que me colocaran una prótesis en dicho conducto.
Es una larga experiencia hasta el día de hoy. Durante estos dos años, he aprendido varias cosas que ahora para mí son muy importantes.
La primera es que tengo plena confianza en el equipo médico que lleva mi enfermedad. Nuestro personal sanitario está formado por grandes profesionales. Médicos de las distintas especialidades, enfermer@s, personal de mantenimiento, etc. Todos ellos tienen la capacidad de ejercer perfectamente su profesión, a la vez de hacer que el paciente se sienta lo más cómodamente en un ambiente en el que a ninguno de nosotros nos gusta encontrarnos.
Por otro lado, he aprendido a apreciar cada día, cambiando la prioridad de los problemas cotidianos. Valorando la gente que te aprecia y compartiendo con ella momentos agradables. Disfrutando de mi mujer y mi hijo, pero lo más importante, disfrutando de mí mismo. He compartido mis experiencias con distintos grupos de pacientes, escuchando, explicando, y en definitiva dándonos soporte mutuo que todos necesitamos en algunos momentos.
No sabemos nada acerca de nuestro futuro, pero, ¿alguien lo sabe? La respuesta es no. Todo es un tema de probabilidades. Es cierto, los enfermos de cáncer tenemos un futuro más incierto, pero quien sabe... la tecnología en el mundo de la medicina avanza, los tratamientos son cada vez más óptimos, y nuestra calidad de vida puede mejorar. En definitiva, la frase es muy típica pero cierta. La esperanza nunca la debemos perder. Seamos fuertes, hagámonos oír y luchemos para que, dentro de unos años, esta página en la que os explico mi testimonio, esté dedicada a todos los que tuvimos una enfermedad que en ese momento ya será perfectamente curable.
¡Llegará ese día!
Un fuerte abrazo y muchos ánimos
Mayo, 2020