A veces, la vida, nos pone pruebas. Pruebas que no sabemos muy bien por qué están ahí, de las que ni siquiera somos conscientes y luego, se convierten en otras más duras, más fuertes. Pruebas que nos intentan decir algo, que quieren gritarnos algo, pero no saben cómo. No saben cómo decirnos PARA.
Hace un año, una prueba me intentó decir PARA
Quizás nunca fui consciente de que esa prueba perseguía durante años y siempre acababa ignorándola. Quizás nunca quise ver cómo esa prueba se manifestaba, a pesar de que yo callaba todo el dolor que en mi cuerpo se estaba consumiendo. Quizás solo me di cuenta cuando un 31 de diciembre, mi hijo tuvo que verme tumbado en el suelo sin poderme mover.
Así es, esta prueba hizo que pasara un tiempo bastante grande en el hospital y, a decir verdad, luchando por poder seguir, porque mi vida dependía de unas pocas palabras: Un cáncer malo que me haría vivir durante bastante tiempo y otro peor, en el cuál solo tenía unos meses.
Y os preguntareis, ¿qué se piensa en esos momentos? Se piensa en que tienes dos hijos y una mujer maravillosa, y que de un día para otro, puede ser que no los vuelvas a ver. Piensas que tus hijos tendrán que crecer sin su padre. Que te perderás las competiciones de natación, audiciones de mis dos contrabajistas y las actuaciones de ballet, que tu mujer tendrá que hacerse cargo de todo y que perderás al pilar de tú vida.
Pero no solo pensaba en mí, pues cuando llegan las pruebas, no suelen afectar solo al portero, afectan a todo el equipo. Tuve que ver cómo mi mujer se mantenía fuerte a pesar de estar destrozada, cómo mis hijos solo me veían un día durante el fin de semana. Vi como mi prueba estaba afectando a los demás y sinceramente, me sentí culpable.
Las pruebas vienen a decirnos PARA, y esta me lo dijo justo a tiempo. Tenía el cáncer que me haría vivir durante muchos años y por primera vez en mi vida, me sentí realmente feliz. La prueba me había dado una segunda oportunidad para vivir.
Y es en ese momento cuando empiezas a valorar la vida, el tiempo y las personas. Cuando ir a ver bailar a tu hija se convierte en algo inolvidable, cuando decides coger a tú familia e irte a la Sierra con tu hermana se convierte en un viajazo o incluso cuando escuchas a tu sobrina adolescente decir que quiere ir a una discoteca, te animas.
Y todo esto lo valoras más, porque no sabes si volverás a valorarlo. Y sabes que debes seguir un tratamiento que tienes que cumplir para ponerte bien, pero nadie te dice que el tratamiento más importante te lo tienes que aplicar tú.
A veces, la vida, te pone pruebas. Pruebas que ni son malas ni buenas. Son solo eso, pruebas. Pruebas que intentan comunicarse contigo para decirte lo más importante: VIVE.
Hola a tod@s! Me llamo Luis Fernando tengo 44 años, me diagnosticaron neoplasia neuroendocrina pancreática no funcionante G2, estadio IV (Hepática), hace ya más de un año (26/03/2018).
Os cuento un poco como fue mi experiencia y como vivo actualmente mi enfermedad.
Todo comenzó hace dos años, en esa época yo era un hombre enamorado de mi mujer y de mis dos hijos. Mi mayor preocupación era mi trabajo. Éste me estaba ocasionando un gran estrés que yo no fui capaz de alertar.
Poco a poco estaba teniendo molestias, unas veces estaban localizadas en el abdomen y otras en la espalda. Aún recuerdo las frases que pronunciaba a diario “ya se me pasará” y cuando era más constante lo minimizaba con paracetamol. Nunca había visitado al médico. Mi mujer a veces discutía conmigo porque no iba al médico. Todo lo solucionaba con paracetamol o buscapina, pues al rato desaparecían los dolores o molestias. Nunca olvidare las palabras que ella pronunciaba “cuando hay algo es mejor cogerlo a tiempo”. Pensaba que yo tendría miedo al escuchar dichas palabras. Como las molestias iban a más, un día visité al médico de cabecera. Me mandó hacer unas analíticas que dieron como resultado bacteria helicobacter – pirolis. Tras unas semanas de antibióticos volvieron a aparecer las molestias y dolores. Volví 3 veces más al médico de cabecera, pero éste no me echaba cuenta. En la última visita, me vi forzado a indicarle que yo no iba a verle a él, y que si él no podía ayudarme que me mandara a un especialista. Al cabo de un mes y medio visito al especialista y éste manda más pruebas. Los resultados detectan gastritis, una hernia de hiato y un angioma en el hígado. Siguen sin darle mucha importancia, pero las molestias y dolores seguían con una escala de mayor intensidad.
Llegamos a un 31 de diciembre del 2017, mi mujer estaba preparando la cena de nochevieja y uno de mis hijos entra en el dormitorio y me encuentra en el suelo en posición fetal. Mi mujer, llama a un familiar para que asista a nuestros hijos y nos vamos a urgencias del hospital. Tras varias horas y diversas pruebas, los médicos solo detectan que el angioma había crecido y que todo indicaba a un cólico biliar. En ese momento yo pensé que por fin habían dado con la tecla.
Dos días más tarde visito una consulta de médico privado. Repite las pruebas y valoran que había una nueva lesión pegada al mismo angioma y que la vesícula estaba llena e inflamada. Me recetan medicamentos y desaparecen por unos días los dolores. Pasado esos días nuevamente vuelven a aparecer y acudo a urgencias del hospital. Tras varias horas y realizando pruebas de analítica, ecografía y TAC, nos indican que las imágenes que visualizan han cambiado mucho. Me tienen que ingresar, pues la vesícula está sucia y llega hasta el páncreas. Tal como iba saliendo por la puerta de la consulta, escucho como la médica residente le comenta al médico de urgencia, “qué mala suerte”. En ese momento mi cerebro no fue capaz de reaccionar y quede bloqueado.
Ingresado en el hospital todo se complica más. Algunos días se hacían eternos, había días más complejos, pues tuvieron que repetirme tres veces la CPRE (Colangiopancreatografía retrógrada endoscópica). Otros días no los califico, pues no era consciente de donde estaba (UCI).
Pasan tres meses y medio desde el primer día que ingreso, hasta que me da el ansiado alta y ya sabemos por fin el tipo de enfermedad y nombre de ella. He tenido la gran suerte de coger un tren de largo recorrido, o yo lo llamo así. Por fin comienzo las consultas de oncología.
De toda esta experiencia he sacado claro: La vida es lenta, muy lenta, y nosotros vamos rápido, muy rápido. Comemos rápido, hablamos rápido y dormimos rápido y mal. La vida no entiende de esos espacios temporales estresados, pues la vida es ESO que PASA mientras nosotros no paramos de correr.
El cáncer es una enfermedad que te absorbe la vida, pero a cambio me ha dado muchísimas cosas satisfactorias:
- Concepto de vida real. Se vive hoy siempre hoy. El pasado marchó y el futuro queda lejos.
- He conocido gente especial y maravillosa tanto dentro como fuera del hospital.
- Valoro más el tiempo que paso con las personas.
- He aprendido a dar besos de sentimiento y no los socialmente de protocolo.
- He aprendido a saborear las comidas.
- He aprendido que se puede llorar y sacar la sensibilidad que todos llevamos dentro.
- He aprendido que la familia no tiene porque sé de sangre.
- He aprendido a empatizar con personas que antes ni tan siquiera me hubiese parado a intentarlo.
- He aprendido a escuchar.
- He aprendido que el trabajo no es la vida de la persona.
- He aprendido que estoy enfermo, pero no incapacitado para se feliz.
- He aprendido aceptar días que mi estado anímico o físico no son buenos.
- He aceptado aprender de la enfermedad.
- He aprendido a sonreír (regalamos felicidad a las personas que nos rodea).
- He aprendido a pasear.
No sé si me voy a curar, o voy a vivir poco, o mucho, pero mi actitud es “#yomecuro”. Esta iniciativa contra el cáncer podéis seguirla en las redes sociales y pertenece a un gran periodista madrileño. Yo me lo aplico y digo, “vivo hoy y siempre hoy”.
En definitiva, estoy vivo y os puedo decir que más feliz que antes de saber que tenía cáncer. VIVIENDO RESISTIMOS a esta enfermedad y además ayudamos a todas aquellas personas que nos rodean, a que sean más "FELICES".
UN ABRAZO DE CORAZON PARA TOD@S.
Abril, 2019